Cien cuyes by Gustavo Rodríguez

Cien cuyes by Gustavo Rodríguez

autor:Gustavo Rodríguez [Gustavo Rodríguez]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788420466002
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2023-03-03T00:00:00+00:00


Cuando el aluvión de noticias hubo por fin amainado y los protagonistas de esta historia encontraron cierto remanso, Merta tuvo tiempo para reflexionar sobre esos días suyos de sublevación y solidaridad con el doctor Harrison. Un día lejano llegaría incluso a confesarle a su marido que, en aquel caso específico, el combustible de sus acciones había sido la gratitud hacia el médico a un nivel casi tan importante como el de la caridad.

Pero para alcanzar esa cúspide en su introspección faltaba todavía un buen tiempo.

Ahora la mente de Merta estaba nublada por la euforia de sentirse en una misión clandestina como las que había visto en las series de televisión, con el aliciente de que se trataba de una causa justa.

Por fortuna no le había costado acceder al almacén, porque era lo que le correspondía cuando estaba de turno. Además, lo que debía sustraer no haría demasiado bulto. Pero, a pesar de ello, su corazón bombeaba con violencia y rogaba que al volver al pasillo esos latidos no se le notaran en la cara. En esos afanes estaba cuando recordó los consejos de doña Leonor, una vieja maestra en la escuela de enfermería, quien les decía que, así como las aeromozas deben fingir serenidad durante una turbulencia para evitar el pánico de los pasajeros, quienes se dedicaban a la enfermería debían ensayar una dulcificada cara de palo para contribuir a una atmósfera de tranquilidad.

A poner cara de póker, entonces, como decían en las películas.

Además, ¿no era lo más natural para el resto verla salir de esa puerta llevando implementos? Solo tenía que embolsicarse unos extras, nada más.

Eso sí: ella no iría a robar.

Para paliar aún más su conciencia, había decidido compensar aquel usufructo con horas extras de trabajo que no iba a ser necesario comunicar a sus superiores. Con un par bastaría, calculó.

Cogió un manojo de jeringas y escondió dos de ellas en el bolsillo de su mandil. Luego se empinó y sacó de la balda superior una vía intravenosa: como el empaque era más abultado, lo introdujo en el bolsillo posterior del pantalón.

Ahora vendría lo más difícil: las diez ampollas de fentanilo. Ahí estaban frente a ella, un batallón de soldaditos de 10 ml esperando entrar en combate.

En ese momento, dudó. No solo se trataba de la parte más arriesgada del plan, sino que también implicaba la parte más onerosa contra el Estado. Pero la duda fue brevísima. Para ello había sido crucial el gesto del doctor Harrison de invitarla a tomar un café a su casa.

Durante el velorio de la señora Carmen habían intercambiado anécdotas del hospital Almenara: si las supremas de pollo de la cafetería seguían siendo crocantitas, si el célebre doctor encargado de Emergencias seguía siendo tan mañoso con las enfermeras, qué tanto aguante tenían los residentes de hoy en comparación con los que él había conocido en sus tiempos.

Aunque breve, aquel intercambio pareció marcar el área de su relación con un campo nivelado para ambas partes, y el hecho de que el doctor



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